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Turismo bulldozer

Por Roberta Garza

El fotógrafo Fernando Martínez Belmar acaba de ganar, por segundo año consecutivo, una de las categorías del prestigioso premio Wild Life Photographer Of The Year otorgadas por el museo de historia natural del Reino Unido. Su imagen, titulada Turismo Bulldozer, muestra un mar verde atravesado en un perfecto plano vertical por una cicatriz de piedra caliza donde algún día surcará el Tren Maya. Una de las jueces, Celina Chen, apuntó que la foto “captura la magnitud y la violencia de la deforestación… los árboles majestuosos parecen cerillos derribados. Genera una sensación casi de pánico, la tierra lacerada que parece alargarse por siempre hacia nuestro futuro”.

Por su parte, Martínez dijo al recibir el premio que “esta imagen refleja uno de los ecocidios más grandes en la historia de la península de Yucatán. Más de 6 mil hectáreas de bosque han sido deforestadas para dar paso a una línea de tren que se extenderá por cinco estados del sureste de México. Este megaproyecto está provocando la fragmentación de una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo, la selva maya, afectando a especies animales y vegetales protegidas. También está teniendo un impacto negativo en algunos de los sistemas de cuevas más grandes del mundo, amenazando la viabilidad de la principal fuente de agua en la península de Yucatán, el Gran Acuífero Maya… Es hora de alzar la voz, es hora de actuar”.

Sí, sí. Lo que yo me pregunto, lo que llevo el sexenio entero preguntándome, es qué han hecho los responsables con esas 6 mil hectáreas arrasadas. La caoba, el machiche, el palo de rosa, el tzalam, el cedro y el zapote, entre otros de los árboles de la región, dan maderas consideradas preciosas no sólo por la belleza de sus vetas oscuras y felinas, sino por su altísima densidad. y contenido de aceite, lo que las protege contra hongos, insectos, garras, picos, soles y humedades. Son escasas y carísimas, cotizándose el metro cuadrado tanto o más que el mejor de los mármoles. A la fecha, luego de cinco años de tala constante y sonante, nadie ha sido capaz de decirnos quién las está levantando una vez asentados los polvos de las motosierras y de los bulldozers; pareciera como si toneladas de troncos se hubieran evaporado solitas, desvaneciéndose desde las orillas de los futuros rieles; como si se las hubieran llevado los aluxes quién sabe a dónde.

Seguro es pura casualidad, pero Pío López Obrador le dijo en entrevista a Joaquín López-Dóriga, hace un año o dos, que sus padres, fallecidos en el año 2000, le heredaron un humilde ranchito cacaotero, “y entonces yo tengo una plantación forestal” comercial en donde estamos produciendo madera”. Pío aclara enfáticamente que no, que de ninguna manera su operación tiene que ver con el gobierno, que él no ha visto a su hermano Andrés desde antes del 2018, justo después de entregarle los sobres de dinero oscuro para su campaña presidencial.

Esos sobres todos los vimos. Lo que nadie vio, nadie sabe, nadie supo, es a dónde están yendo a parar tantas toneladas de nuestras maderas preciosas.

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