La noche en Acapulco ya no es la misma después de Otis. No hay fiesta ni barullo. Sin embargo, han surgido oasis de luz y sonido: discotecas y bares que poco a poco comienzan a reactivarse.
“En esta zona de aquí somos aproximadamente como seis, ocho locales, no son muchos; hasta donde me dicen que Diamante sí no ha abierto nada, el área de la costera sí ha abierto un poquito más de lugares y esperemos en los próximos días muchos más van a seguir abriendo”, contó Martín Andrade, uno de los restauranteros que se aventuró a abrir aun en condiciones limitadas.
“Más que nada dándole servicio a mucha gente local y a muchos de los que amablemente y afortunadamente están viniendo a apoyar a Acapulco, esas personas valiosísimas que están todo el día trabajando; te pongo un caso: CFE, que todo el día anda trabajando y en la noche andan buscando algo de cenar, andan buscando algo de comer, esa es la clientela que estamos teniendo”, dice.
Seguramente al paso de los días, la vida nocturna volverá, pero por ahora lejos están las noches de tumultos y antojitos en la quebrada, donde los clavadistas solían lucir sus arriesgadas piruetas en medio de un espectáculo de luces que arrebata aplausos de los asistentes.
Sí, Acapulco es hoy una ciudad silenciosa y de sombras que se desvanecen con los tenues destellos de las luces de los autos que pasan, de alguna lámpara del alumbrado público que comienza a reactivarse o las torretas de las patrullas de la Guardia Nacional que hacen rondines.
